Texto: Daniel Fernández de Lis. Autor del libro Los Plantagenet. Creador del blog Curiosidades de la Historia.
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Colegiata de San Isidoro (León), 24 de diciembre de 1065.
El cansancio se nota claramente en las facciones y los movimientos del rey de León y conde de Castilla Fernando Sánchez cuando termina la celebración de maitines en la mañana del día de Nochebuena en la iglesia a la que han llegado los restos de San Isidoro trasladados desde Sevilla gracias a las gestiones del monarca.
Fernando ha insistido en asistir contraviniendo el consejo de sus físicos y allegados, que le instaban a permanecer en el palacio descansando. Acompaño al rey de vuelta y aprovecho para plantearle las cuestiones que contesta lentamente y con una respiración entrecortada.

No podemos empezar esta conversación sino con un luctuoso suceso que tuvo lugar en esta misma ciudad en el año 1028 y que fue clave en el futuro del ahora poderoso rey de León.
– Hábleme del asesinato del conde de Castilla García Sánchez en 1028. Iba a casarse con la princesa Sancha de León, hermana del rey Vermudo III, cuando unos desconocidos lo asaltaron y asesinaron. Hay muchas teorías sobre quién lo hizo. Unos señalan que fueron los hermanos Vela y otros apuntan sin embargo al padre de usted, Sancho III de Pamplona. ¿Qué puede decirme?
– Yo era muy pequeño y ni siquiera estaba en León. Lo que sé es lo que hablé al respecto con mi padre. Él juraba no tener nada que ver con la muerte de García. No solo eso, sino que me contó que fue su vengador, ya que persiguió a los Vela, que tenían una vieja querella familiar con los condes de Castilla, y mandó matarlos en su propio castillo de Monzón.
– Pero el Reino de Pamplona era el gran beneficiado de la muerte del conde de Castilla. No tenía hijos y la heredera era la esposa de Sancho III de Pamplona, su madre Munia de Castilla (tía del conde García).

– Ese es un hecho incuestionable, pero no convierte a mi padre en asesino de García. Para mi padre las cosas estaban bien como estaban. Le recuerdo que el condado de Castilla pertenece al Reino de León y por entonces mi padre estaba en buenas relaciones con el rey leonés Vermudo III. No tenía ninguna necesidad de provocar la situación que se produjo con el asesinato de García. Es posible que hubiese terminado buscando alguna forma de influir en la política del condado, pero desde luego no lo haría convirtiéndose en asesino y condenándose eternamente.
– Como dice, usted era muy joven cuando sucedió el asesinato, pero a la larga fue el más beneficiado con el resultado del mismo. Su madre insistió en que el condado de Castilla se le adjudicara a usted y después terminó casándose con la princesa Sancha de León, la misma mujer que iba a casarse con García Sánchez cuando le asesinaron.
El rey me mira fijamente y se encoge de hombros: «¿Y qué podía hacer yo? ¿Renunciar al condado y a la mano de Sancha? Eso no hubiese devuelto la vida al conde y me hubiese dejado a mí sin ninguna posibilidad de futuro. Le recuerdo que yo no era el primogénito de mi padre, lo era mi hermano García. No sé qué hubiera heredado si Castilla no estuviese disponible, pero desde luego hubiera sido una herencia mucho más pobre».
– Llegamos a uno de los puntos más importantes sobre los que quería hablarle. Su padre Sancho III era el monarca más poderoso de la cristiandad en la Península. Si hubiese mantenido sus dominios unidos, Pamplona sería el reino más pujante. Pero optó por dividir su reino: Pamplona fue para el primogénito García, Sobrarbe y Ribagorza para Gonzalo, Castilla para usted y Aragón para Ramiro (nacido fuera del matrimonio).
– Mi padre era un hombre orgulloso y reservado. Nunca dio explicaciones sobre los motivos que le llevaron a dividir el reino. Y, aunque pueda parecer que yo salía muy benficiado y García perjudicado, en realidad la jugada maestra de mi padre favorecía a Pamplona.
– ¿Puede explicarme eso?

– Es bien sencillo. El condado de Castilla que me correspondió cuando murió mi padre en 1035 no tenía ni la tercera parte de la extensión que llegó a tener en tiempos del conde Fernán González (932-970). Todo el condado de Álava y buena parte del resto del condado de Castilla pasaron por el testamento de mi padre a manos de Pamplona y de mi hermano García. De ahí vinieron todos los problemas posteriores.
– Como usted ha dicho su padre murió en el año 1035. A partir de ese momento usted empezó a labrarse su futuro a fuerza de batallas: Tamarón, Atapuerca…
– Tal y como lo cuenta se diría que yo iba provocando pelea para enfrentarme a todos en el campo de batalla.
– ¿Y no fue así?
– En absoluto. Como le he dicho, todos los problemas vinieron ocasionados por el testamento de mi padre. Más concretamente por el expolio que sufrió el condado de Castilla en su extensión en favor del Reino de Pamplona.
– Pero en la batalla de Tamarón (1037) se enfrentaron el rey de León Vermudo III y usted, a quien apoyaba su hermano García de Pamplona.

– Se equivoca. Tamarón no enfrentó a León y a Castilla, sino a León y Pamplona. La decisión de mi padre de desgajar parte del condado de Castilla y entregárselo al Reino de Pamplona a quien más perjudicaba era al Reino de León. Le recuerdo que el condado de Castilla nunca ha dejado de pertenecer a León. Por eso Vermudo fue a la batalla contra García de Pamplona. Yo lo que hice en esa batalla, por respeto a la memoria de mi padre sobre todo, fue ponerme del lado de mi hermano, lo que implicaba luchar contra el rey de León.
– No obstante, el más beneficiado por el resultado de la batalla fue usted. Vermudo no tenía descendencia y su heredera sería su hermana Sancha, la esposa de usted. Se le ponía la corona en bandeja.
– Yo no podía prever que Vermudo moriría en batalla. Y le recuerdo que el trono de León no me fue ofrecido de manera inmediata. Tuve que pasar un año convenciendo a los magnates del reino, a veces por la fuerza, pero casi siempre por el convencimiento y la negociación, hasta que me coronaron casi un año después de Tamarón. El trono me correspondía por derecho.
– Y ahora tocaba García de Pamplona.
– Mi hermano no fue razonable.No le bastaba con lo que mi padre le había dejado en herencia y siempre ambicionó ampliar las fronteras de su reino a costa de mi condado de Castilla. Y no puede decirse que yo no intentara buscar una solución amistosa. Por Dios, si hasta fui a visitarle a Pamplona cuando estaba enfermo. ¿Sabe como me lo pagó? Haciendo que me apresaran.
– Bueno, al cabo del tiempo usted le devolvió la jugada, ¿no? También hizo preso a García cuando este fue a León a visitarle porque usted había enfermado.
– Hubo una gran diferencia. Cuando él enfermó yo acudí a Pamplona por pura preocupación fraternal. Cuando yo estaba en el lecho, él vino a León solo para aprovecharse si yo moría. Se dedicó a intrigar con mis nobles para gobernar el reino en el caso de que yo falleciera. Por eso lo encarcelé.
– ¿Y qué ocurrió después?
– Cuando comprobó que yo no iba a morir se dedicó a enviar partidas de soldados a atacar los territorios fronterizos entre Pamplona y Castilla. No me quedó más remedio que enfrentarme con él de manera decisiva.
– En Atapuerca (1054). Cuénteme que sucedió.
Se encoge de hombros: «que vencimos. García tuvo serios problemas con sus propios hombres. Yo estaba al otro lado del campo de batalla y no sé los motivos. Hay quien señala que varios nobles le plantearon reivindicaciones a las que él llevaba tiempo sin hacer caso. Otros dicen que uno de sus noble, Sancho Fortún, le acusó de haber seducido a su esposa. Fuese como fuese les derrotamos».
– Y García murió. Eso le ocasionó a usted gran dolor. Cuentan que lloró desconsoladamente sobre el cadáver de su hermano.
– Así es. Yo quería a mi hermano y nunca quise que las cosas terminaran así entre nosotros. Hice lo que debía, honré su cadáver, lo llevé a Nájera para ser enterrado y me puse a disposición de su hijo, Sancho Garcés IV, el nuevo rey de Pamplona.

– Y no sería la última vez que se enfrentaría a uno de sus hermanos en el campo de batalla. Hábleme de Ramiro de Aragón y de la batalla de Graus (1063).
– Eso fue algo completamente diferente. Ramiro intentó conquistar tierras del reino de taifas de Zaragoza. Este reino abona a León una considerable cantidad en concepto de parias. Lo mismo hacen otras taifas como Toledo, Badajoz y Sevilla. Estos ingresos son fundamentales para mantener la fuerza militar de León. Si yo no ayudaba a Zaragoza ante ese ataque, los reinos de taifas podían replantearse el seguir pagándome por mi apoyo.
– ¿No es extraño que una fuerza cristiana combatiera del lado musulmán contra otro ejército cristiano?
– En absoluto. Es algo que ha ocurrido muchas veces. ¿Acaso pudo Almanzor llegar hasta Compostela sin el apoyo de nobles gallegos y portugueses contrarios al rey Vermudo II? Y cuando su hijo Abd-el-Malik atacó el condado de Barcelona le acompañaban hombres de Castilla y de León, ligados a él por una tregua.
– Volviendo a Graus. Es decir, que envió usted ayuda al ejército de Zaragoza.
– Mandé una pequeña fuerza al mando de mi hijo Sancho. Estaba tranquilo sobre su suerte, porque con él iba su mejor amigo y defensor. Es muy joven pero seguro que dará que hablar. Se llama Rodrigo Díaz y es de Vivar.
– Y nuevamente un hermano suyo murió en batalla.
– Los hombres de Sancho no tuvieron nada que ver. Fue una artimaña del rey al-Muqtadir de Zaragoza de la que ni tuvimos conocimiento ni participamos. De hecho, si yo hubiera sabido lo que planeaba hubiera intentado detenerle. Ramiro era mi hermano y, además, en nada me beneficiaba su muerte.
– A pesar de todo, Zaragoza se levantó contra usted.
– Y bien caro lo pagó. Sabe usted, uno de los elementos curiosos de este sistema de parias es que los reinos de taifas nos pagan para que no les ataquemos porque nuestros ejércitos son más fuertes. Con ese dinero nosotros nos fortalecemos todavía más y lo usamos contra ellos cuando se rebelan, como ha hecho Zaragoza. Lo único que lamento de esa campaña es que estuve cerca de conquistar Valencia. Pero la enfermedad me lo impidió.
Esa respuesta, así como la trabajosa respiración del rey, me recordaron que debía acabar pronto el encuentro. Estábamos terminando, pero todavía quedaba una cuestión a plantear. Y peliaguda además.
– Ha hecho público recientemente su testamento y en él ha decidido dividir su reino entre sus tres hijos: Castilla para Sancho, León para Alfonso y Galicia para García.
– Así es.
– ¿No teme qué le suceda lo mismo que a su padre, que a su muerte sus hijos entren en guerra por no estar de acuerdo con el reparto? ¿No hubiera sido mejor mantener sus dominios unidos y dejárselo todo al primogénito Sancho?
– Sé que no les ha gustado mi decisión, especialmente a Sancho y a Alfonso. Pero si le dejaba todo a Sancho entonces es casi seguro que Alfonso se hubiera opuesto. Y las circunstancias son completamente diferentes de las que se dieron cuando murió mi padre. De todas formas, tomara la decisión que tomara no hay garantías de que mis hijos no se enfrenten por mi herencia, así que lo que he hecho es realizar el reparto de mis territorios de la manera que considero más justa. El futuro dirá lo que pasa y yo ya no estaré aquí para verlo.
No quedaba más que hablar y la fatiga del rey Fernando I de León es evidente, así que doy la entrevista por finalizada.
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Nota del autor: El 25 de diciembre de 1065 Fernando I de León se hizo conducir a San Isidoro. Allí se despojó de la corona y del manto real que colocó en el suelo, procediendo a tumbarse sobre este y pronunció la siguiente frase: «El reino que recibí de Ti y que goberné mientras fue tu voluntad, te lo devuelvo, y te ruego que mi alma, librada de la vorágine de este mundo, sea recibida en paz». Moría dos días después, el 27 de diciembre de 1065.
Efectivamente, como ocurrió tras la muerte de Sancho III de Pamplona, la decisión de dividir el reino se demostró problemática. Sus hijos no aceptaron el testamento de Fernando y Sancho II de Castilla y Alfonso VI de León se enfrentaron por el mismo, asunto tratado desde la ficción en el Cantar del Mío Cid.
Para saber más: El asesinato de García Sánchez ; La batalla de Graus
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