Moscú, 28 de octubre de 1925
El escalofrío que recorrió mi cuerpo no era tan atribuible al gélido ambiente de la tarde moscovita como a la reacción que provocaba la visión del edificio en que Felix Dzerzhinsky había convertido la sede de una compañía de seguros y que ahora era la siniestra prisión para los principales personajes calificados como enemigos del Estado. No creo que mucha gente entrara en la Lubyanka por voluntad propia, pero en mi caso lo hice completamente decidida a tener un cara a cara con uno de los más ilustres inquilinos del edificio, el prisionero 73.
No es que una mujer sola tuviese muchas oportunidades de conseguir ayudar a escapar a un detenido, pero eso no evitó que el funcionario de la entrada disfrutase registrándome y cacheándome concienzudamente para asegurarse de que no introducía ningún arma o herramienta que pudiera ser usada por la persona a la que iba a visitar. Para aislarme de la desagradable situación y armarme de valor para acceder a la prisión tuve que recordarme a mí misma todo el trabajo realizado durante años para reunir la información que tenía de mi objetivo y todas las influencias que tuve que mover para que se me permitiera entrevistarme con el hombre que se encontraba en manos del aparato de seguridad soviético.
El funcionario abrió la puerta de la celda y anunció a su ocupante que tenía una visita. El hombre se levantó y me encontré cara a cara con Sidney Reilly.

Empecé por anunciarle el propósito de mi visita, la entrevista que podía ser la más importante en mi vida de periodista. Reilly no mostró al principio ninguna intención de colaborar conmigo, pensando de entrada que era una argucia de la OGPU para hacerle hablar. «Mire, contesté, creo que el motivo por el que está usted aquí es más por lo que hizo en su día que por lo que sabe ahora. Y, añadí cortando su protesta, si los soviéticos desearan saber algún secreto que guarde tienen medios más directos, más contundentes y más dolorosos para usted que mandar a una mujer periodista para engatusarle«.
Creo que quedó convencido de que yo no era una agente enviada para hacerle cantar, pero seguía mostrándose reacio a hablar conmigo de su vida. Tuve que apelar a su orgullo, argumentar que sería una forma de reivindicarse y recordarle que no iba a tener muchas más oportunidades de hablar con alguien a quien pudiera contar sus aventuras y su versión de las mismas. «Todavía no estoy muerto», contestó. «Y ya puestos, mientras viva la información que usted me pide podría perjudicarme». Con tono cáustico y mirándome fijamente, señaló: «solo después de muerto me daría igual lo que usted supiese y escribiese».
— Pero me temo que cuando esté muerto me será muy difícil entrevistarlo.
Rio sin alegría y poniéndose serio de repente me espetó: «Pues esa es mi condición, que usted no publique nada de lo que yo le diga hasta que le conste de manera fehaciente que estoy muerto».
Llegados a este punto pensé que había conseguido más de lo que creía y que tras tanto esfuerzo e investigación me compensaba más obtener las respuestas que buscaba que el prestigio que la entrevista me proporcionaría, por lo que asentí y extendí mi mano para sellar nuestro pacto. Para no perder la iniciativa y no darle tiempo a replantearse su postura comencé de inmediato con el primer golpe que le tenía preparado.
— Cuénteme qué pasó en marzo de 1898 en el hotel London & Paris de Newhaven.
— ¿Se refiere usted a la muerte del reverendo Hugh Thomas, el primer esposo de mi mujer Margaret?
— Sí, aunque yo lo llamaría asesinato.
— El reverendo murió de un ataque al corazón. Lo certificó un médico.
— Un médico al que nadie conocía y del que nunca nadie volvió a saber nada.
— ¿Y eso que tiene que ver conmigo?
— Bueno, usted se casó unos meses después con Margaret, que además había heredado una cuantiosa fortuna del reverendo. Y —continué cortando su protesta con un gesto de la mano —, se da la circunstancia de que unos años después, Louise Lewis, una de las sirvientas del hotel, la única que vio al supuesto doctor que certificó la muerte del reverendo, falleció en extrañas circunstancias en el hotel Cecil de Londres, un hotel en el que estaba también alojado por entonces un industrial químico llamado Sidney Reilly.
— ¿Y?
— Que son demasiadas coincidencias. En mi opinión usted y Margaret, que eran amantes, se deshicieron del reverendo con algún tipo de veneno y usted se hizo pasar por un huésped médico para alegar que murió de un ataque al corazón. Así pudo usted casarse con Margaret y acceder a la fortuna que heredó del reverendo. Cuando años después la sirvienta le reconoció en el hotel se deshizo usted también de ella para evitar que hablara.
Se quedó callado durante un rato y finalmente rechazó mis argumentos, levantando una ceja y señalando: «tiene usted mucha imaginación».
A continuación me observó detenidamente de arriba a abajo. A pesar de las capas de ropa que llevaba para combatir el frío y la humedad me sentí más manoseada que durante el registro del guarda de la entrada. «Y es muy hermosa», añadió.
— Si piensa que van a funcionar conmigo los trucos que utilizó con sus numerosas conquistas femeninas, está muy equivocado.
Me miró con los ojos entrecerrados a través del humo del cigarrillo que yo le había ofrecido y, encogiéndose de hombros, musitó: «no me ha conocido en mi mejor momento».
El primer asalto había acabado en tablas. Yo no esperaba que reconociera ser el asesino del reverendo Thomas, pero había dejado claro que había acudido a él con mis deberes hechos y que no me dejaría engañar fácilmente. A partir de entonces la conversación se convirtió en una especie de partido de tenis. Yo ponía la pelota en juego con una pregunta, él la devolvía con su versión de los hechos y yo remataba el punto con el resultado de mis investigaciones. Creo que, una vez que aceptó participar, Reilly disfrutó de la situación, aunque supongo que mi entrevista supuso para él un soplo de aire fresco frente a su rutina diaria consistente en pasarse horas mirando al techo de su celda y preguntándose qué harían con él los soviéticos.
—¿Puede contarme su participación en el llamado «asunto D’Arcy»?
— Pensaba que no me iba a preguntar por mis logros como espía —comentó mientras sonreía —. D’Arcy era un británico que en febrero de 1904 estaba negociando con la banca francesa Rostchild para ceder los derechos de explotación de campos de petróleo en Persia. Para los británicos era por entonces ya evidente que el petróleo iba a sustituir al carbón como fuente de energía para sus navíos de guerra y era esencial conseguir que esos derechos no fueran para los franceses sino para nosotros. William Melville, a cargo de la Rama Especial de la Policia Metropolitana, me pidió que interviniese. Las negociaciones entre los franceses y D’Arcy se llevaban a cabo en un barco en la Riviera. Me disfracé de sacerdote y pude acceder a la embarcación y hablar con D’Arcy. Apelé a su patriotismo y conseguí que abandonase la negociación y volviese a Londres para negociar con su país.
— Muy bonita historia —contesté —. Lástima que sea falsa. En febrero de 1904 usted no estaba en la Riviera, sino en Port Arthur (Manchuria), donde todas mis fuentes señalan que espiaba para los japoneses. Fue el propio Melville, que se alojaba en el mismo hotel que D’Arcy, quien le convenció. Pero las negociaciones en Londres se torcieron y al año siguiente D’Arcy estaba otra vez negociando con los franceses. Las conversaciones se rompieron esta vez por parte francesa, al recibir un informe que afirmaba que en la región no había petróleo. Da la casualidad de que usted sí estaba entonces por la zona, concretamente en Cannes. ¿No tendría usted algo que ver con el misterioso informe?

Reilly se limitó a encogerse de hombros y a sonreír. Yo concluí con este tema: «ese informe valió su peso en oro. Gran Bretaña cerró un acuerdo con D’Arcy en 1905 y se encontró petróleo en Persia en 1908, fundándose la Anglo-Persian Oil Company en 1909. D’Arcy se hizo millonario y la Royal Navy se aseguró la fuente de petróleo que necesitaba». Movió la cabeza en señal de reconocimiento. Yo no quería adularle demasiado, tenía otros asuntos para desenmascarle, así que continué.
— Hábleme ahora de su operación en la planta Krupps en Essen, en la que se fabricaban las más secretas armas del ejército alemán.
— Estuve preparándome un tiempo en Sheffield para poder hacerme pasar por bombero. En 1904 me presenté en la fábrica como voluntario para la brigada de incendios haciéndome pasar por un alemán de nombre Karl Hahn. Me gané la confianza de mis jefes y les convencí de que era necesario por motivos de seguridad que en la oficina de la brigada hubiese unos planos completos de la fábrica y de lo que contenía. Una noche entré en la oficina y me hice con los planos, pero para poder huir tuve que disparar al encargado y a un vigilante. Conseguí llegar a un piso franco que tenía en Dortmund y recuperar mi identidad. Mandé copia de los planos a Londres.
— ¿Sabe usted que no hubo ningún bombero llamado Karl Hahn trabajando en la planta Krups de Essen en 1904?
— Puedo haber equivocado el año. Quizás fue en 1909.
— He comprobado todos los años desde 1900. Ningún bombero con ese nombre aparece. Y —proseguí antes de que pudiera interrumpirme—, los cuatro hombres así llamados que constan en el registro en otros despartamentos seguían trabajando allí en 1924. Además —concluí—, resulta imposible que usted se presentase voluntario para la brigada y que le admitieran. Tras un incendio sufrido en 1865 se creó una brigada de bomberos profesionales para la fábrica, compuesta por treinta y seis hombres formados y seleccionados en la propia planta.
Creo que había ganado claramente ese punto, así que puse otra pelota en juego.
— Podíamos seguir hablando de su pretendido robo del motor de un avión alemán accidentado en una exhibición en San Petersburgo en 1908 para pasárselo al Servicio de Inteligencia (SIS), cuando no consta accidente de ningún avión alemán en dicha exhibición o incluso en ese año. O del supuesto envío por su parte al SIS de planos de aviones alemanes cuando trabajaba para Blohm & Voss en San Petersburgo en 1911 (ni tenía cargo de tanta responsabilidad como pretendía ni los planos llegaron al SIS a través de usted, que todavía no tenía contacto con el Servicio, sino a través de un agente que tenían en Berlín llamado Hector Bywater). Pero déjeme que me centre en el motivo por el que está usted aquí. Cuénteme la historia del «complot Reilly» para hacerse con el poder en Rusia en 1918 y desalojar a los bolcheviques del gobierno.
— Dirá usted el «complot Lockhart».
— Lo haría si Lockhart hubiese tenido algo que ver, pero según mis informaciones la iniciativa partió única y exclusivamente de usted. Pero cuénteme en primer lugar en qué consistía la operación.

— Fue un complot ideado por el jefe del consulado británico en Moscú, Robert Bruce Lockhart y del que tenían conocimiento las legaciones de EE.UU. y Francia. Consistía en coordinar a las fuerzas disidentes que en 1918 pululaban por el país para tratar de derrocar a los bolcheviques y formar un gobierno democrático. Contactamos con Savinkov de la Unión por la Defensa de la Madre Patria y por la Libertad, con el Ejército de Voluntarios del general Alekseev, con una organización llamada «El Centro» y con un grupo de nacionalistas letones. El plan era asesinar a Lenin y Trotsky en una cumbre del Soviet Supremo el 6 de septiembre. Pero el 30 de agosto hubo dos atentados, uno de ellos contra el propio Lenin, y la Cheka se lanzó a una redada indiscriminada de disidentes. Además, resultó que los letones eran agentes de la Cheka infiltrados. Yo me refugié en un piso seguro, pero Lockhart llegó a ser detenido y fue posteriormente intercambiado por un agente soviético arrestado en Londres. El asunto creó mucho revuelo en la prensa y Lockhart y yo fuimos sometidos a juicio in absentia y sentenciados a muerte.
— Luego volveré sobre el tema del piso seguro, pero antes déjeme aclararle algunas cosas. Según mis informaciones, no solo Lockhart le había tratado de disuadir de seguir adelante con el plan de dar un golpe de Estado contra los bolcheviques y ni franceses ni americanos estaban al tanto de su plan, sino que desde Londres se le había ordenado a Lockhart que le parara los pies después de que unos días antes se presentara usted con uniforme británico en la puerta del Kremlin pidiendo una entrevista con Lenin como representante oficial del gobierno de Su Majestad. De hecho, había instrucciones de enviarle a usted a Siberia a informar sobre unos campos de prisioneros alemanes. Lo que más me sorprende no es que usted desobedeciese las órdenes, es que llegara a diseñar un gobierno en la sombra para el caso de que triunfara el golpe, con una serie de ministros y con usted mismo al frente. ¿De verdad llegó a plantearse seriamente que podía usted deponer a los bolcheviques y presidir un gobierno ruso?
— ¿Conoce usted los sucesos ocurridos en París el 9 de noviembre de 1799?
— ¿El golpe de Estado de Napoleón contra el Directorio?
— Exacto.
— ¿Se está usted comparando con Napoleón?
— Estoy comparando situaciones. En 1918 reinaba en Moscú y en toda Rusia la misma situación de caos, desconcierto y desgobierno que en la Francia del Directorio. Quién sabe lo que hubiera ocurrido si no se hubiese producido el atentado contra Lenin del 30 de agosto.
Sacudí la cabeza con incredulidad. Siempre me había parecido inconcebible todo el plan del «complot Reilly» y quería escuchar la explicación que pudiera darme. También conocía la fascinación de Reilly por Napoleón (organizó una subasta de objetos relacionados con él en Nueva York que fue muy comentada cuando se encontraba en mala situación económica), pero nunca me pude imaginar que comparase su chusco y abocado al fracaso golpe, con el del general corso en el París de 1799. Decidí continuar adelante con la entrevista.
— Dijo usted que se refugió en un piso seguro. ¿De quién era ese piso?
— De un agente de mi red.
— ¿No sería más bien de una amante?
— ¿Perdón?

— Olga Starzhevskaya. También tenía otros pisos en Moscú, de su otra amante Elizavetta Otten, y en Petrogrado, el de Elena Boyuzhovskaya. Y puestos a hablar de mujeres en su vida, ¿por qué no mencionar a sus esposas Margaret Thomas, Nadezhda Massino y Pepita Bobadilla? ¿Nadie le dijo que para casarse con una mujer debe previamente divorciarse de la anterior? ¿Qué ven las mujeres en usted?
— Ya le dije antes que no me ha conocido en mi mejor momento. No voy a negar que siempre he tenido facilidad para entablar relaciones con el sexo opuesto, pero pensé que habíamos quedado en hablar de mis actividades como agente, no de mi vida personal. Sigo siendo un caballero, a pesar de la situación.
Vi que por esa vía no iba a obtener nada de él, pero todavía había un tema relacionado con sus mujeres que no podía dejar de mencionar.
— Sé que no me va a contestar, pero déjeme que le diga que a lo largo de mis investigaciones me he encontrado muchas veces con menciones a una Sra. Reilly que no pudo ser Margaret ni Nadezhda, acompañándole en diferentes lugares. Cuando estalló la Gran Guerra debía estar en San Petersburgo. Es más, creo que ella fue una de las dos razones por las que usted se enroló en la RAF y se ofreció para viajar a Rusia.
— Me alisté para ayudar a mi país en su esfuerzo bélico.
— ¿En 1917? ¿Cuando se había pasado los tres primeros años de la guerra haciéndose millonario con la venta de armas y sin preocuparse por nada más? Creo que su mujer (y su dinero, que es la segunda razón a la que me refería) estaban seguros en San Petersburgo durante la guerra, pero dejaron de estarlo tras la revolución y que ese fue el motivo por el que usted se enroló y viajó a Rusia. De hecho, tenía usted que haberse dirigido directamente a Moscú y se desvió a San Petersburgo.
Me miró fijamente durante unos segundos y finalmente me espetó: «¿le había dicho ya que tiene usted mucha imaginación?»

Quedaba poco más que añadir. Sabía que nuestra conversación estaba siendo escuchada y que no tenía sentido preguntarle cómo había llegado a la situación en la que se encontraba, pues nada le iban a permitir decir. Además, yo conocía la historia del engaño del que había sido objeto. Se trató de una operación de una organización conocida como Trust, que pretendía ser un movimiento de disidentes antisoviéticos, pero que en realidad era una rama del OGPU que tenía como objetivo a los enemigos del régimen que estaban exiliados y conspiraban desde el extranjero. Y Reilly era una pieza de caza mayor sentenciado a muerte por su papel en lo sucedido en 1918.
En enero de 1925 un oficial del SIS en Finlandia, a título personal, contactó con Reilly para ver si le interesaba involucrarse en una investigación sobre las posibilidades del Trust de hacerse con el poder en Rusia. Tras intercambiar varias cartas, Reilly accedió a viajar a Rusia para comprobar personalmente la situación. En París se reunió con varios elementos subversivos y dijo estar convencido de la sinceridad y potencialidad del Trust para alcanzar el poder en el país. Un general ruso en el exilio le advirtió de que no cruzara la frontera y que esperara que los representantes del Trust le visitaran en Finlandia.
En Finlandia se reunió con los contactos del Trust que le iban a informar de la situación en Rusia. Haciéndose pasar por matrimonio eran en realidad una agente del OGPU llama Schultz y su guardaespaldas.
¿Cómo pudo Reilly desoír a los que le advirtieron de no cruzar la frontera rusa y a su propio instinto de no entrar en un país donde estaba condenado a muerte? La agente Schultz pudo seducir a Reilly; además le mostró una foto del Pravda en la que se veía a Lenin rodeado de acólitos, uno de los cuales le dijo que era agente del Trust con el que se iba a encontrar (la foto era real, pero la OGPU trucó la imagen). Además, le entregaron en Viborg (cerca de la frontera) una carta falsificando la letra de un miembro del SIS en la que le decía que agentes antibolcheviques estaban intentando contactar con los británicos y que debían ser tomados en serio.
En Viborg se encontró con tres agentes más del OGPU, uno de ellos el de la foto del Pravda, que informó a Reilly del grado de penetración del Trust en el gobierno ruso y solicitó su consejo sobre cómo debían actuar en los asuntos de gobierno.
Reilly argumentó que no podía cruzar la frontera, pero le convencieron tocándole el ego al decirle que el gobierno en la sombra del Trust se iba a reunir en Moscú y que querían conocerle y contar con su asesoramiento. Además le pusieron el caramelo de ofrecerle concesiones administrativas en el nuevo gobierno.
En Viborg redactó una carta para Pepita Bobadilla y se la envió a un agente del SIS. Escribía que era fundamental que hiciera el viaje y que no corría casi ningún riesgo. Si era detenido lo sería por algo insignificante, no se desvelaría su identidad y sus amigos tenían poder para liberarlo. Decía que era imposible que los bolcheviques descubrieran quién era en realidad.
Le dieron un pasaporte a nombre de Nikolas Sternberg. Cruzaron la frontera y fueron en tren a Leningrado, donde le presentaron a Vladimir Styrne, supuesto cabecilla del Trust en Moscú, que le sacó alguna información que el OGPU no tenía sobre él. De allí cogieron un tren a Moscú. Se reunieron con el consejo del Trust y le sonsacaron información sobre posibles fondos internacionales en la lucha contra los bolcheviques. Les propuso una campaña de robos de obras de arte en museos rusos que él vendería en Europa occidental.
Reilly pidió permiso para mandar una postal a su contacto del SIS para tranquilizarle y que supiera que estaba en Moscú. Le dejaron hacerlo y cuando volvió al coche le detuvieron y le llevaron a la Lubyanka. Allí le informaron que seguía condenado a muerte y le aconsejaron cooperar. Pasó a ser el prisionero 73. Al día siguiente simularon un ataque en el lugar donde Reilly debía cruzar de vuelta a Finlandia y mostraron dos cadáveres. Se informó al Trust de que Reilly era uno de los dos muertos.
Y esa era la situación ese 28 de octubre. Le pregunté si tenía alguna cosa más que añadir. Él, que era consciente de que estábamos siendo escuchados, expresó su confianza en que en breve sería liberado por los británicos que le intercambiarían por algún agente soviético detenido en Londres. Me despedí de Sidney Reilly y abandoné la prisión de la Lubyanka deseando no volver a poner el pie en ella nunca más.
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Nota del autor. Lo ocurrido con Sidney Reilly después de su arresto por la OGPU fue durante años un gran misterio. Efectivamente se organizó una pantomima en la frontera finlandesa para fingir que había muerto, lo que dio lugar a muchas especulaciones sobre si era él o no, si había fallecido o logrado huir o incluso si era un agente soviético y que todo era una maniobra para ocultar su defección a la URSS.
Hubo que esperar a la caída del régimen soviético y a la publicación de los archivos del KGB para conocer lo sucedido. El 5 de noviembre de 1925 a las 8 p.m. le sacaron de su celda. Junto con varios agentes montaron en un coche y se dirigieron a Bogorodsk. Pocos kilómetros después, en un bosque, fingieron una avería. Propusieron a Reilly estirar las piernas y cuando había recorrido unos metros lo ejecutaron descerrajándole dos tiros.
Sidney Reilly se llamaba en realidad Sigmund Rosenblum y era un judío ruso. No he incluido ninguna información a este respecto en la entrevista porque, como se indica al final, hasta el último momento él mantuvo la esperanza de ser intercambiado por los británicos y para eso necesitaba mantener la ficción de que era ciudadano de Gran Bretaña y no un judío ruso. Este hecho explica en parte el megalómano proyecto de liderar un golpe de estado contra los bolcheviques; no era un inglés quien quería situarse al frente de un gobierno en Rusia, sino un hombre nacido en el país. El segundo aspecto que puede (aunque difícilmente) explicar que se le ocurriera una idea tan inconcebible era su obsesión con Napoleón que apunto en la entrevista.
A pesar de que ocupó los titulares brevemente durante el fallido golpe del año 1918 que fue ampliamente publicitado por la propaganda soviética, su salto a la fama se produjo cuando en los años 30 Robert Bruce Lockhart publicó su obra Reilly, as de espías, en la que narraba las supuestas hazañas de su colega. El problema es que Lockhart se basaba en los relatos que el propio Reilly le había contado y que, como hemos visto, se alejan bastante de la realidad. De hecho, me he limitado a los episodios más significativos, descartando otros igualmente falsos pero que serían demasiado prolijos de relatar. Esta discrepancia entre ficción y realidad es el motivo por el que me he permitido la libertad de dotar a mi entrevistadora de conocimientos que se derivan de investigaciones efectuadas muchos años después de la muerte de Reilly, pero era la única forma de confrontar los inventos de Reilly con la historia verídica.
Los fantásticos relatos que Lockhart efectuó del supuesto as de espías estuvieron muy de moda en los años 40 y 50. En el año 1953, durante una conversación con un periodista del Sunday Times, Ian Fleming reconoció que había creado a su personaje James Bond como consecuencia de las lecturas de estas hazañas y de los informes sobre Reilly a los que tuvo acceso durante su época trabajando para los servicios secretos británicos. Esa es la causa por la que he dotado de algo de protagonismo por primera vez en estas entradas al autor de la entrevista, por identificar a Reilly con una de las características más destacadas de James Bond, la de impenitente seductor, faceta que Reilly sí desarrolló durante toda su vida.
Por último, he situado esta entrevista el día 28 de octubre por un motivo. Cuando la OGPU registró las ropas y la habitación de Reilly tras su ejecución, encontraron que había llevado un diario elaborado con abreviaturas en papel de fumar. Ese diario se conservó en los archivos de la KGB y se hizo también público. En él, Reilly narró como el 30 de octubre le condujeron fuera de la celda y simularon que le ejecutaban. Fue presa de pesadillas toda la noche y en los días siguientes contó todo lo que sabía. El problema es que llevaba sin contacto con el SIS desde 1922 y tenía poca información útil. Trató de ganar tiempo para ver si era intercambiado, pero parece que la orden de ejecutarlo provino directamente de Stalin. Todo indica que durante los últimos días se comportó de manera brava y bizarra y posiblemente por eso, como señal de respeto, la ejecución se llevó a cabo por sorpresa y no ante un pelotón de fusilamiento. Me pareció que no tenía sentido situar la entrevista después del episodio de la ejecución simulada.

Para saber más:
Ensayo. Andrew Cook. On His Majesty’s Secret Service. Sidney Reilly, codename ST1.
Ficción: la interesante serie Reilly, as de espías, protagonizada por un joven Sam Neill narra la historia de Sidney Reilly.
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